MARTES, 21 DE MARZO DE 2017
Me fascina el componente literario de los viajes.
Cualquier excusa es válida, en realidad, mientras se mantenga el espíritu
viajero y no se convierta uno en un turista. En esta ocasión viajé a Roma (más
exacto sería decir que peregrinaba) porque había idealizado por varios motivos
el lugar en el que está enterrado John Keats.
Por un lado y principalmente, porque posee el epitafio más hermoso del mundo; por supuesto, también por la calidad de su obra y el respeto que le profeso. También me influyó mucho leer lo que Oscar Wilde escribió sobre ese lugar (él mismo se postró en su momento ante esa tumba), en un artículo de 1877 titulado sencillamente “La tumba de Keats” en el que describe el cementerio en el que se encuentra y dice preciosas cosas como esta:
“En pie junto a la
tumba mezquina de este divino adolescente, yo lo veía como a un sacerdote de
belleza prematuramente inmolado (…)”
Una motivación más era el magnífico poemario “La tumba de Keats” (1999) del genial Juan Carlos Mestre, uno de nuestros poetas nacionales más destacados, que escribió parte de ese largo poema allí mismo:
“He pasado la tarde
junto a la tumba de Keats,
me he postrado ante la guarida donde la divinidad no es un ser poderoso,
no he descendido a ningún otro infierno que no fuese mi vida (…)”
me he postrado ante la guarida donde la divinidad no es un ser poderoso,
no he descendido a ningún otro infierno que no fuese mi vida (…)”
Mucho se ha escrito sobre este lugar, el
Cimiterio Protestante o Acattolico de Roma, que allí consideran un museo. Es
precioso, sosegado, se detiene el tiempo tras atravesar la puerta como suele
suceder en estos lugares (en cuanto se sale de España, el drama de visitarlos y
venerarlos, desaparece). Hay una pequeña tienda a la entrada con ediciones
conmemorativas de los románticos ingleses más conocidos, postales, etc.,
también hay huchas diseminadas por los muros, para hacer donativos al cuidado
de los gatos que habitan entre las lápidas. Hay unas esculturas preciosas en
otras tumbas, una placa conmemorativa a Percy Shelley, un banco de madera ante
las tumbas de Keats y Severn. Y el respeto que se respira allí, también es
digno de mención. Es fácil encontrar mapas en línea que sitúan este preciado
pequeño lugar en el mundo, en la esquina derecha del recinto dejando a la
espalda la pirámide de Cayo Cestio, no tiene pérdida. Hay un algo imantado que
arrastra hacia ese punto nada más llegar, quizá sea sugestión pero la sensación
es la de estar muy cerca de algo sagrado, la emoción es real, la de los
visitantes que no pasaban por allí de casualidad. Es indescriptible, en
cualquier caso, que siga inspirando generaciones desde 1821…
ATENCIÓN. Las fotos son personales tomadas el 10 de noviembre de 2019
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